El don expresado en el consentimiento "personal e
irrevocable", que establece laAlianza del matrimonio, lleva el
sello y la calidad de una
donación definitiva y total de unoal otro (cf. C.E.C, n.
2364).
La donación hasta formar "una sola carne" es un
otorgarse personal, no se ofrecencosas, que se articula en la
palabra-promesa y se funda en el Señor. Porque es
unadonación personal, no entra en juego, en su
proyecto original, la dialéctica de laposesión, del
dominio. Por
ello no es destrucción de la persona, sino
realización de lamisma en la dialéctica del amor,
que no ve en el otro una cosa, un instrumento que seposee, se
usa, sino el misterio de la persona en cuyo rostro se delinean
los perfiles de la imagen de Dios.
Sólo una adecuada concepción de la "verdad del
hombre", de laantropología que defiende la dignidad del
hombre y de la mujer, permite superarplenamente la
tentación de tratar al otro como cosa y de interpretar
el amor como
unaempresa de seducción. No es un amor que degrada,
elimina, sino que exalta y realiza.Solo así se descifra e
interpreta esta categoría del don, que libera del
egoísmo, de unamor vacío de contenido, que es
insuficiente e instrumentalización, y que liga la
uniónsimplemente a un gozo sin responsabilidad, sin continuidad, que es ejercicio
de unalibertad que se degrada lejos de la verdad.
Se impone, con toda fuerza la
categórica declaración Conciliar: "El hombre que es
en latierra la sola creatura que Dios ha querido por sí
misma no puede encontrarseplenamente sino a través del don
sincero de Sí mismo" (GS 24). Tiene, pues, la dignidad de
fin, no de instrumento o cosa, y en su calidad de persona es
capaz de darse, no solo de dar.
Los esposos en esa entrega recíproca, en la
dialéctica de una entrega total, "forman una sola carne",
una unidad de personas "communio personarum", desde su propio
ser, enla unidad de cuerpos y espíritus. Se dan con la
energía espiritual y de sus propioscuerpos en la realidad
de un amor en el cual el sexo
está al servicio de un
lenguaje
queexpresa esa entrega. El sexo, como recuerda la
Exhortación Apostólica FamiliarisConsortio, es un
instrumento y signo de recíproca donación: "la
sexualidad
mediante lacual el hombre y la mujer se dan uno a otro, con los
actos propios y exclusivos de losesposos, no es en efecto algo de
puramente biológico sino que afecta al núcleo
íntimode la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza
de modo verdaderamente humano,solamente cuando es parte integral
del amor con el que el hombre y la mujer secomprometen totalmente
entre sí hasta la muerte (FC
11).
Es bien difícil abordar toda la riqueza que
contiene la expresión "una sola carne", en ellenguaje
bíblico. En la Carta a las
Familias, el Santo Padre profundiza en su significación a
la luz de los valores de
la "persona" y del "don", como lo hará también en
relación conel acto conyugal, que está ya incluido
en esta concepción de la Sagrada Escritura.
Así escribe el Papa, quien ofrece, en diferentes
escritos, un cuidadoso análisis, en laGratissimam sane: "El
Concilio Vaticano II, particularmente atento al problema
delhombre y de su vocación, afirma que la unión
conyugal -significada en la expresiónbíblica "una
sola carne"-,no puede ser comprendida y explicada plenamente
sinorecurriendo a los valores de la
"persona" y del "don". Cada hombre y cada mujer serealizan en
plenitud mediante la entrega sincera de sí mismo; y, para
los esposos, elmomento de la unión conyugal constituye una
experiencia particularísima de ello. Esentonces cuando el
hombre y la mujer, en la "verdad" de su masculinidad y de
sufeminidad, se convierten en entrega recíproca. Toda la
vida en el matrimonio es un don,pero esto se hace singularmente
evidente cuando los esposos,
ofreciéndoserecíprocamente en el amor, realizan
aquel encuentro que hace de los dos "una solacarne" (Gen. 2,24).
Ellos viven entonces un momento de especial
responsabilidad,incluso por la potencialidad procreativa
vinculada con el acto conyugal. En aquelmomento, los esposos
pueden convertirse en padre y madre, iniciando el proceso deuna
nueva existencia humana que después se de-arrollará
en el seno de la mujer" (Grat. sane, 12)
En esta perspectiva, y comentando el "misterio de la
feminidad", en su Catequesissobre el amor humano, Juan Pablo II,
observa (en relación con Génesis 4,1): "El misterio
de la feminidad se manifiesta y se revela hasta el fondo mediante
la maternidad, comodice el texto: "la
cual concibió y dio a luz". La mujer está de frente
al hombre comomadre, sujeto de la nueva vida humana que en ella
es concebida y se desarrolla, y deella nace al mundo. Así
también se revela en profundidad el misterio de la
masculinidaddel hombre, es decir, el significado generador y
paterno de su cuerpo". Y luego subraya:"La paternidad es uno de
los aspectos de la humanidad más sobresalientes en
laSagrada Escritura"10. Sobre el tema tornaremos al examinar el
don del hijo.
A la luz de la teología de la donación,
reflexiona el Papa sobre el lenguaje
del cuerpo yen el conjunto de su expresividad y
significación como don personal de la personahumana. "Como
ministros de un sacramento que se constituye a través
delconsentimiento, y se perfecciona a través de la
unión conyugal, el hombre y la mujer son llamados a
expresar ese misterioso lenguaje de sus cuerpos en toda la verdad
que le es propia. Por medio de gestos y de reacciones, por medio
de todo el dinamismo,recíprocamente condicionado, de la
tensión y del gozo, a través de esto habla el
hombre, la persona (…). Y, precisamente en el nivel de
este "lenguaje del cuerpo" -que es algo más de la sola
reactividad sexual y que, como auténtico lenguaje de las
personas, está puesto bajo la exigencia de la verdad, es
decir, a normas
objetivas-, el hombre y la mujer se expresan
recíprocamente a ellos mismos en el modo más pleno
y profundo, encuanto le es consentido por la misma
dimensión somática de la masculinidad y feminidad:
el hombre y la mujer se expresan ellos mismos en la medida de
toda la verdad de sus personas"11. Esa relación y
dimensión personal, así expresada, en "una sola
carne", dice relación a Dios mismo, en cuanto la pareja,
como tal, es imagen de Dios. "Podemos deducir que el hombre se ha
vuelto imagen y semejanza de Dios, no solamente a través
de la propia humanidad, sino a través de la
comunión de las personas"12.
Es esta verdad que enaltece y dignifica lo que debiera
ser transmitido en un contenido digno de tal nombre, en la
educación
sexual, que señala la grandeza de la sexualidad, en su
dimensión personal, como un lenguaje de amor:
donación aceptación – compromiso, que no encierra
las personas en sí mismas, o en un ciclo cerrado de goce,
sin apertura, sino que se levanta hacia Dios y adquiere nuevas
dimensiones de eternidad, es decir, que no se circunscribe a
actos perecederos que el tiempo borra y
quizás sufre en la memoria el
desgaste del tiempo, sino que se eleva hasta la fuente misma del
amor.
Esa expresión en un lenguaje humano, personal, de
totalidad, ¿cómo no ha de marcar la existencia, en
un sentido de profundo compromiso?. De alguna manera, aún
después de la muerte de uno
de los cónyuges, algo de esa relación permanece. No
entramos ni de lejos a discutir el derecho que asiste al viudo o
a la viuda para casarse de nuevo. Sin embargo, pensando sobre
todo en ciertas oraciones bien significativas de la Liturgia
Oriental, en el caso de nuevas nupcias, en las que no hay
propiamente palabras de encomio, sino como de permisión,
de tolerancia, me
parece que se abre una pista de explicación por el tipo de
relación asumida y que no es propiamente indiferente para
la ersona que se ha sumergido en la corriente del don.
Es preciso rescatar el sentido de la entrega, liberarlo,
de una cultura que
atenta contra la dignidad del hombre y de la mujer y que destruye
la relación personal de los esposos, como si el proceso de
la entrega no respondiera a resortes profundos de la
personalidad y como si una ciencia, digna
de tal nombre, no pudiera venir en ayuda de la verdad del
hombre.
No es el momento de introducirnos en consideraciones que
nuestro Dicasterio ha hecho en el Documento que lleva este
título, como enunciación de su contenido
central:
"Sexualidad Humana: Verdad y Significado". Esta
perspectiva es también reconocida fundamentalmente por las
conquistas de la razón, por los logros de una ciencia que
se acerca de verdad al ser del hombre. Una proyección que
supera el egoísmo y tiende al otro, es altruista, no es
extraña, v.g., al pensamiento de
Freud. Hoy se
puede hacer la denuncia de una tal banalización del sexo
que se detiene en estadios y etapas previas, en donde el
egoísmo encierra y aisla, con la modalidad de una
inmadurez que destruye el lenguaje del amor, la verdad y cobra su
víctima en el mismo hombre y en la mujer.
Muchas veces acceden al matrimonio con una personalidad
severamente lesionada por una cultura falseada, que es como una
bomba de tiempo para el mismo matrimonio. El hecho de que el
lenguaje sexual, como comportamiento
armónico y articulado, que está al inicio de la
verdad, no debe reducirse a lo meramente biológico, es, a
veces, traducido por escritores de la calidad de Marguerite
Yourcenar en sus "Memorias de
Adriano". Permitidme recoger algunas de sus expresiones que, me
parece, ilustrarían la verdad que el magisterio quiere
transmitir. El lenguaje de los gestos, de los contactos,pasa de
la periferia de nuestro universo a su
centro y se vuelve más indispensable quenosotros mismos, y
tiene lugar el prodigio admirable, en el que veo más una
asunción de la carne por el espíritu que un simple
juego de la carne, en una especie de misterio de la dignidad del
otro que consiste en ofrecerme ese punto de apoyo de otro
mundo13.
Hay entonces como una intuición, no exclusiva del
universo de la fe, que restituye al sexo su grandeza y lo rescata
del vaciamiento y de un uso instrumental que en la cultura del
consumismo se parece mucho a lo desechable: ¡se usa y se
bota!. Es la globalidad de la persona la que está en juego
y sus actos no le son exteriores, como si pudieran ser
atribuibles a otro, en una forma de "irresponsabilidad"
básica e infantil. El hombre que se siente incapaz o
inseguro de responder por sus actos, que asumen el tono de
juegos
provocados por un ser somnoliento.
Retornemos a un pensamiento de M. Yourcenar que
transmite bien una impresión ética:
"Yo no soy de aquéllos que dicen que sus acciones no se
les parecen. Deben parecerse, porque las acciones son la sola
medida y el único medio de diseñarme en la memoria de los
hombres o en la mía propia… No hay entre yo y los
actos de los que soy hecho, un hiato indefinible, y la prueba, es
lo que yo pruebo sin cesar en la necesidad de pesarlos, de
explicarlos, de dar cuenta de ellos a mi mismo"14.
En el lenguaje sexual se expresa el hombre, de alguna
manera se diseña y se modela, y configura su destino. El
don, la verdad del mismo y su sentido adquieren una estatura y
proporción dignas del hombre. Por eso la Familiaris
Consortio subraya este valor sin el
cual el sexo se vacía, pierde su verdad, hasta volverse
caricatura y mueca que lacera y desfigura lo que debe brillar en
el misterio de una carne: "el amor conyugal comporta una
totalidad donde entran todos los elementos de la persona -reclamo
del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la
afectividad, aspiración del espíritu y de la
voluntad-; mira a una unidad profundamente personal que,
más allá de la unión en una sola carne,
conduce a no hacer más que un solo corazón y una
sola alma" (FC 13).
El Consentimiento, el don recíproco,
-recordábamos antes- es "personal e irrevocable"; la
donación es "definitiva y total". Su lugar noble, propio,
único es el matrimonio. ¡En éste la
donación es verdad!.
Podríamos decir que lo definitivo es una calidad
de la totalidad de la donación. Es la superación de
una entrega parcial, a pedazos, por "cómodas cuotas" que
son homenajes al egoísmo, al amor opacado por la realidad
del pecado. Un amor así, a trozos, pierde hondura,
espontaneidad y poesía.
Entre los novios es otra la tonalidad. El amor que se promete o
tiene ansias de duración, de "eternidad" o en el fondo no
existe.
La entrega es por toda la vida y sobre todas las
circunstancias. Asegura contra lo provisorio, contra el desgaste,
contra la mentira. ¿Qué, decir de quienes, como un
nuevo paso de "pluralismo" y de actitud
complaciente en el campo jurídico, se proponen ensayar
legislaciones de matrimonios ad tempus, de comuniones
temporales?. "Afirmar que el amor es elemento constitutivo del
matrimonio es sostener que de no haber existido aquella mutua
entrega irrevocable, no existiría entre los esposos el
"foedus coniugale". Las leyes, por tanto, de unidad e
indisolubilidad no son exigencias extrínsecas al
matrimonio, sino que nacen de su mismo ser. Y así, el amor
constituyente ha de ser amor conyugal, exclusivo e
indisoluble"15.
Matrimonio, es
la unión estable entre hombre y mujer, convenida de
acuerdo con la ley, regulada y
ordenada a la creación de una familia. No se trata de una
creación técnica del Derecho, sino de una
institución natural que el ordenamiento regula en interés de
la sociedad.
Son caracteres del matrimonio según la
concepción corriente en los países civilizados: a)
constituir un vínculo habitual con vocación de
permanencia, dirigido, por su propia finalidad, a la convivencia
y colaboración de los cónyuges en un hogar,
formando una familia en cuyo seno nacerán y se
criarán los hijos si los hubiere, y b) resultar de un acto
jurídico bilateral celebrado en un concreto
momento: la boda. Este acto se halla regulado, con carácter
solemne, por la ley como creador exclusivo del vínculo
reconocido por el
Estado.
Hay en la disciplina del
matrimonio, muy influida por el aporte del cristianismo a
la cultura jurídica, un doble aspecto: el de la
celebración como acto (intercambio de consentimientos en
forma legal) por causa del cual nace el estado de cónyuge;
y el del estado civil creado, situación de duración
indefinida producida por la manifestación de tal
voluntad.
El modelo actual
de matrimonio, en el cual el vínculo procede de un acuerdo
de voluntades, no puede disolverse sin causa legal establecida
por vía judicial.
El matrimonio requiere aptitud nupcial absoluta y
relativa, cada contrayente debe ser apto para casarse y debe
poder casarse
con la otra parte. En el primer aspecto exige ser mayor de edad y
tener libertad para
casarse. La exigencia de edad puede dispensarse a quienes tengan
edad núbil, que se suele establecer en los 14 años.
En el segundo aspecto es impedimento u obstáculo la
existencia de un vínculo matrimonial anterior vigente,
así como la existencia de un próximo parentesco
entre los contrayentes. Estos impedimentos son coincidentes en la
práctica en todos los sistemas
matrimoniales, si bien en cada uno de éstos podemos
encontrar impedimentos especiales que responden a los fines de la
sociedad civil
o religiosa en que se enmarcan.
A fin de acreditar que reúnen las condiciones
para el matrimonio los contrayentes deben instar ante el juzgado
u autoridad
eclesiástica reconocida, en los sistemas en que se aceptan
varias formas de celebración con eficacia civil,
con jurisdicción a este efecto, la formación del
expediente que proceda, en el curso del cual se publica su
intención de casarse.
El matrimonio civil se autoriza por el juez encargado
del Registro civil
del domicilio de cualquiera de los contrayentes, o por el alcalde
en presencia de dos testigos mayores de edad.
Lo fundamental de la celebración del matrimonio
es la manifestación del recíproco consentimiento de
los contrayentes. Dicha manifestación puede hacerse por
medio de un representante (matrimonio 'por poder') pero siempre
que el poder se otorgue para contraer con persona concreta, de
modo que el representante se limita a ser portavoz de una
voluntad ajena plenamente formada.
Se considera nulo, cualquiera que sea la forma de su
celebración, el matrimonio celebrado sin consentimiento
matrimonial, expresión con la que se alude al matrimonio
simulado por acuerdo de ambas partes: por ejemplo, para adquirir
la nacionalidad por concesión o un derecho arrendatario, o
para rebajar el impuesto
sucesorio. También son nulos los matrimonios que se
celebren entre personas para las que existe impedimento no
dispensable.
Aunque el matrimonio produce efectos civiles desde su
celebración, sin embargo para el pleno reconocimiento de
los mismos será necesaria su inscripción en el
Registro civil, sea la practicada por el juez en el propio
libro al
autorizar el matrimonio, sea transcribiendo un documento
intermedio: el acta o certificación
correspondiente.
Los denominados efectos personales del matrimonio se han
visto afectados de un modo muy profundo respecto de las
situaciones y concepciones jurídicas anteriores, pues hoy
los derechos y
deberes de los cónyuges son idénticos para ambos y
recíprocos, además de resultar una consecuencia
directa de la superación de la interpretación
formal de la igualdad y la
introducción de un concepto
sustantivo de la igualdad entre los cónyuges. Destacan
entre ellos, aquellos que coadyuvan a la creación,
consecución y mantenimiento
de una comunidad de vida. Así, los cónyuges
están obligados a vivir juntos en el domicilio que ambos
fijen de común acuerdo; deben respetarse, ayudarse y
gobernar de forma conjunta su hogar; deben guardarse fidelidad; y
en consecuencia y a su vez como paradigma de
conducta, deben
subordinar sus actuaciones individuales y acomodarlas al
interés de la familia.
Sin perjuicio de la posibilidad lógica
de que entre ellos se dé una especialización de
funciones e
incluso una división del trabajo, que varía en
función
de que la mujer y el marido trabajen fuera del hogar, ambos o uno
solo de ellos, los cónyuges deben prestar su concurso
económico destinado al levantamiento de las cargas
familiares, conforme a un criterio de proporcionalidad para con
sus respectivos ingresos y
recursos
patrimoniales dentro de las reglas específicas del
régimen económico matrimonial que rija entre
ellos.
A ambos compete por igual el ejercicio de la patria
potestad sobre sus hijos menores o incapacitados y las
funciones específicas de alimentarlos, cuidarlos y
educarlos conforme a su capacidad y recursos económicos,
obrando en todo caso y en primer término en interés
del hijo.
Patria potestad,
se llama así a la relación paternofilial que tiene
por núcleo el deber de los padres de criar y educar a sus
hijos. La potestad sobre los hijos era, en el Derecho
romano, un poder absoluto del padre creado en beneficio de la
familia, no de los hijos. Hoy, por el contrario, es un rasgo
constitutivo esencial de la patria potestad su carácter
altruista. La patria potestad se ejercerá en beneficio de
los hijos, de acuerdo con su personalidad.
Corresponde la patria potestad por igual a los
progenitores, y esto implica que, viviendo juntos, las decisiones
concernientes a los hijos no emancipados habrán de ser
adoptadas de común acuerdo. En caso de desacuerdo,
cualquiera de ellos podrá acudir al juez, quien
atribuirá a uno solo la facultad de decidir. Si se
mantienen los desacuerdos, podrá atribuir la potestad a
uno o repartir entre ellos sus funciones. Si los padres se hallan
separados, se ejercerá por aquél que conviva con el
hijo, con la participación del otro que fije el
juez.
La patria potestad la reciben los padres en el momento
de nacer el hijo; si éste es extramatrimonial, en cuanto
lo reconocen.
Se pierde la potestad sobre el menor por incumplir los
deberes inherentes a ella, como consecuencia de una condena
penal, o de la separación, disolución o nulidad del
matrimonio. Se extingue por alcanzar el hijo la mayoría de
edad o por la emancipación.
Anulación del
matrimonio, el matrimonio es nulo cuando faltan, bien el
consentimiento o cuando hay vicio en éste, afecte a la
forma o a los presupuestos
esenciales para su validez. El régimen de nulidad, ante la
vigencia del matrimonio, es de muy escasa aplicación pues
la declaración de inexistencia del matrimonio, que por lo
general se reclama con el fin de celebrar otro, puede resultar en
el aspecto procesal más engorrosa para los litigantes que
el divorcio.
La nulidad del matrimonio tiene que ser declarada por el
juez y por ello en los sistemas en que se admiten diversas formas
de celebración del matrimonio (religiosa y civil) el
pronunciamiento suele reservarse a la jurisdicción que se
corresponda con el de la forma de celebración. La nulidad
civil se puede pedir por cualquier persona que tenga
interés directo y legítimo en ella, en los
supuestos de falta esencial de forma o presencia de impedimentos,
es decir, en aquellos casos en los que el defecto aparece de modo
objetivo y
desvinculado de la voluntad de los contrayentes; así
también cuando la voluntad falta de modo absoluto, como en
el caso de la simulación. Se restringe la
legitimación para pedir la nulidad en los supuestos de
falta de edad (sólo corresponde a los propios contrayentes
o los padres, tutores o guardadores) y en aquellos donde se
aprecian vicios de consentimiento. La declaración de
nulidad del matrimonio no invalidará los efectos ya
producidos respecto de los hijos y del contrayente o contrayentes
de buena fe. Los primeros se tendrán, en todo caso y a
todos los efectos, como hijos matrimoniales. La
declaración de nulidad del matrimonio extingue el
régimen económico matrimonial. Al contrayente de
buena fe la ley suele concederle una posición preferente
en materia de
liquidación del régimen económico
matrimonial, y el cónyuge de buena fe tiene derecho a una
indemnización por haber existido convivencia
conyugal.
Derecho
matrimonial, aspecto del Derecho civil y,
muy en concreto, del Derecho de familia, integrado por el
conjunto de normas que se ocupa del matrimonio como
fenómeno jurídico e institución en todas sus
vertientes. Los principales asuntos sobre los que trata son:
matrimonio —requisitos, forma de celebración,
clases—, derechos y deberes de los cónyuges
—respeto, ayuda
mutua, fidelidad, convivencia—, nulidad, separación
y disolución del matrimonio; régimen
económico conyugal: normas generales, clases de
regímenes matrimoniales, gestión
y administración de los mismos, bienes que los
integran, cargas y obligaciones y
disolución.
Esponsales, promesa formal de contraer un futuro
matrimonio; por lo general esta promesa se enmarca dentro de un
acuerdo jurídico más amplio (capitulaciones
matrimoniales) donde se contempla, entre otros muchos y variados
temas, el régimen económico que regirá el
futuro matrimonio y las aportaciones patrimoniales que
efectuarán a la futura economía familiar los
parientes de uno y otro esposo. Los esponsales tuvieron una gran
importancia en la edad media por
intervenir en la política matrimonial
de las casas reales y nobiliarias europeas, y desde la baja edad
media y el renacimiento
también fueron un procedimiento
fundamental para la alta burguesía, así como para
las relaciones de una clase con la otra de las contempladas. La
celebración de esponsales (salvo en el Derecho
canónico medieval: esponsales de presente) no obligan a
los que los contraen a casarse entre sí, ni generan
ningún vínculo que dé lugar a impedimento
matrimonial; tan sólo obligan a resarcir al incumplidor,
en todo caso, de los gastos efectuados
con ocasión del matrimonio proyectado y a indemnizar,
cuando proceda, por las obligaciones contraídas con
idéntico fin. La acción que surge de la negativa a
contraer matrimonio caduca al año de la
manifestación de la misma.
El matrimonio lleva la garantía de la
estabilidad, de lo permanente, de la perpetuidad.
Podríamos decir que el don recíproco "que
liga más fuerte y profundamente que todo lo que puede ser
adquirido al precio que
sea" (Grat. sane, n. 11), se expresa en una palabra de
compromiso. A. Quilici observa: "uno no se da verdaderamente sino
cuando primero y en verdad da su palabra. Si no eso se parece a
una suerte de violación. El don del cuerpo no es
verdaderamente humano sino en la medida en que cada uno da su
acuerdo, en la medida en que cada uno ha permitido ir más
allá en el diálogo,
hasta la última intimidad"16.
Es una palabra expresiva, que permanece y que compromete
profundamente a los esposos, de tal manera que una
donación limitada voluntariamente en el tiempo desdibuja
la misma calidad de un don total. La palabra expresa un sí
profundo que surge de la raíz de un amor que quiere ser
fiel a lo largo del tiempo. Así caracteriza el cardenal
Ratzinger ese "Sí": "El hombre, en su totalidad, incluye
la dimensión temporal. Además, el "sí" de un
ser humano supera a la vez este tiempo. En su integralidad, el
"sí" significa: siempre. El constituye el espacio de la
fidelidad … la libertad del "sí" se hace sentir
como una libertad delante de lo definitivo"17. El amor18 no
está necesariamente sometido a la degradación del
tiempo, como en las cosas que se desgastan y pierden
paulatinamente su energía. No cae en la órbita de
la ley de la entropía. El tiempo puede ayudar al
crecimiento, a madurar delante de Dios, a hacer del amor un
compromiso más serio y hondo. Escuché, en
Caná una hermosa promesa y expresión de unos
esposos avanzados en años: "te amo más que ayer,
pero menos que mañana". La alegría de la serenidad,
de un testimonio que recibe el espesor de los años, se
descubre en tantos matrimonios de personas ancianas en las cuales
se conservan la frescura y la ternura afianzadas en el
tiempo.
En virtud de la donación total se comprende mejor
la exigencia de la indisolubilidad que libera y protege el amor y
que no es su prisión o empobrecimiento. Es falso aquello
de que el matrimonio es la tumba del amor y que lo definitivo, su
indisolubilidad, robe al amor su espontaneidad y su dinámica. A ello lleva, sin duda, una
cultura de lo perecedero, en la cual la palabra se vacía y
es por tanto liviana hasta la irresponsabilidad. No lleva el peso
de la verdad que no es caprichosa y cambiante como lo hace un
falso amor, que engaña. "La posible ausencia o
debilitamiento de hecho en las manifestaciones del amor conyugal
no destruyen las propiedades y la tendencia natural -si bien las
pueden obstaculizar-, pues unas y otras reclamarán siempre
ser vivificadas por el amor conyugal"19.
La donación total conduce a la exigencia de la
fidelidad. Es una forma concreta de don, que empeña y
libera. Un amor fiel es también y radicalmente
indisoluble. Libera del temor de traicionar y ser traicionado y
suministra a la fuente de la vida, la garantía y la
transparencia a la que tienen derecho los hijos.
Antonio Miralles escribe: "también la mutua
donación personal de los cónyuges exige la
indisolubilidad del recíproco vínculo que ellos han
establecido con tal donación. Ella es total y por tanto
excluye toda provisoriedad, toda donación temporal.
(…) el vínculo conyugal presenta un carácter
definitivo, en cuanto surge de una donación integral que
comprende también la temporalidad de la persona. El darse
con la reserva de poder desvincular en el futuro,
significaría que la donación no es total, al
contrario de aquella que hace nacer un verdadero
matrimonio"20.
Cabe pues decir que la fidelidad, la indisolubilidad, el
carácter definitivo, son esenciales en la calidad del don.
Aquí radica el compromiso, el empeñar del don,
empeño que se abre también y esencialmente al don
de la vida y que se vuelve testimonio público en la
Iglesia y en la sociedad. Es luz, llama puesta sobre el
candelero.
Es San Juan Crisóstomo quien comenta hermosamente
el estilo de esta donación en este consejo a la pareja:
"Te he tomado en mis brazos, te amo y te prefiero a mi vida.
Porque la vida presente no es nada, mi deseo más ardiente
es pasarla contigo de tal manera que estemos seguros de no
estar separados en la vida que nos está reservada…
pongo tu amor por encima de todo…"21. La duración,
el carácter definitivo de la donación, en virtud de
su totalidad, conduce a la indisolubilidad que es atribuible al
matrimonio natural y que asume una dimensión más
honda y expresiva en el matrimonio cristiano, delante y bajo la
mirada del Señor.
Ya el matrimonio natural tenía "una cierta
sacramentalidad", en sentido amplio, como signo preanunciador del
misterio de tal unión esponsal, en la íntima unidad
de una sola carne, inserta (de alguna manera) en el misterio de
la Alianza de Dios con la humanidad, en el lenguaje de la
creación, de Dios con su pueblo (cf. Os., 1-3), de Cristo
con la Iglesia22. "Maridos, amad a vuestras mujeres como el
Mesías amó a la Iglesia y se entregó por
ella … Por eso dejará el hombre a su padre y a su
madre, se unirá a su
mujer y serán los dos una sola carne, (un solo
ser). Este misterio es grande; lo digo en
referencia a Cristo y a la Iglesia" (Ef. 5, 25.
31-33).
En este texto central de la Carta a los
Efesios, en el versículo 25, el modelo es la entrega de
Cristo, en el lenguaje del sacrificio en el que se expresa el
mayor amor, sin límites:
¡amor crucificado!. Ese "traditit semetipsum",
donación total y radical, que es el modelo,es el misterio
fundamental que abarca la alianza conyugal. El misterio (cf. v.
32), esreferido al proceso que tiene su "tipo", su modelo en
Cristo y la Iglesia. Hay que advertirque al hablar de misterio,
grande, (mega), se refiere el autor a la importancia del mismo,a
su fuerza expresiva, no a la oscuridad. El misterio de la
unión esponsal de Cristo y laIglesia es reproducido en el
matrimonio del hombre y de la mujer23
Estamos en el ámbito sagrado de una
donación y una entrega que adquiere su
plenailuminación en Cristo, en su pasión redentora.
Esto es subrayado por el Concilio deTrento en la sesión
XXIV, Denz. 969: "Gratiam vero quae naturalem illum
amoremperficeret, et indissolubilem unitatem confirmaret,
coniugesque sanctificaret: ipseChristus … sua nobis
passione promeruit". Max Zerwick, comentando el texto clave
quenos ocupa, escribe: "Siendo así, el matrimonio humano
es algo más que una merafigura, cuando se realiza entre
miembros de Cristo: debe realizar la unión amorosa
deCristo con su Iglesia. Así pues, el matrimonio no es
meramente figurativo, sino que esuna participación real en
lo que Pablo llama el gran misterio"24.
El "tradere se ipsum" de cada uno de los
cónyuges, a semejanza de Cristo, observaCarlo Rocchetta,
"es un acto de naturaleza
perpetua … un sacramento permanente"25.
El consenso de los esposos que se dan y se reciben
mutuamente es sellado por elmismo Dios (cf. C.E.C., n. 1639). El
vínculo del matrimonio establecido por Dios esirrevocable,
de tal manera que no está en el poder de la Iglesia
pronunciarse contra esadisposición de la sabiduría
divina (cf. C.E.C., n. 1640). Está por desgracia muy
difundida la idea de que el Papa y los Obispos podrían, si
superaran el rigorismo, introducir modificaciones y abrir las
puertas a soluciones, al
menos en casos excepcionales. Hay que repetir esta verdad con
decisión y amor: eso no está en el poder de la
Iglesia. Por tanto: ¡non possumus!. Y no podría
pensarse que quedara sustraída a la divina
sabiduría la situación, así fuera
excepcional, de una pareja. Retorna la sentencia ligada al
proyecto original y ratificado por Cristo: "lo que Dios ha unido
no lo separe el hombre". ¿Cómo,pues, introducir
modificaciones en nombre del Dios fiel a la Alianza que en
sumisericordia tutela y preserva el bien del
matrimonio?.
Se cree, por otra parte, que la indisolubilidad es una
exigencia ideal, pero irrealizable.¿Podría Dios
cargar con semejante empeño, con esta carga que por lo
irrealizable seríaun peso inclemente e insoportable, a los
esposos?. El, el autor del matrimonio, que saleal paso, al
encuentro de los esposos cristianos, ofrece su gracia, su fuerza
para que enla Iglesia doméstica sean capaces de vivir en
la dimensión del Reino.
Es preciso reflexionar, llevados de la mano del
Catecismo de la Iglesia Católica, en toda la riqueza del
matrimonio en el plan de Dios, a
lo largo de las consideraciones enmarcadas en el matrimonio en el
orden de la creación, bajo la esclavitud del
pecado y el matrimonio en el Señor. El proyecto original
de Dios va en este sentido: "la vocación al matrimonio se
inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer,
según salieron de la mano del Creador" (C.E.C., n. 1603).
No es, pues, una institución meramente humana, al arbitrio
del hombre. Dios mismo es el autor del matrimonio (cf. C.E.C., n.
1603).
Lo natural en la comunidad de vida y amor conyugal,
provista de leyes propias, es acoger con alegría y
confianza la voluntad de Dios. Bajo la esclavitud del pecado, el
matrimonio es amenazado por la discordia, el espíritu de
dominio, la infidelidad. Es un desorden (opuesto al orden
original) que "no se origina en la naturaleza del hombre y de la
mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado"
(C.E.C, n. 1607). Se introducen rupturas, distorsiones,
relaciones de dominio y concupiscencia, pero "el orden de la
creación subsiste, aunque gravemente perturbado. Es
necesaria la gracia y la misericordia de Dios para realizar la
unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó
"al comienzo"" (C.E.C., n. 1608). En la pedagogía de la antigua ley, "la conciencia
moral relativa
a la unidad e indisolubilidad se desarrolló". El
Señor "enseñó sin ambigüedad el sentido
original de la unión del hombre y la mujer". "La
insistencia en la indisolubilidad del vínculo matrimonial
corresponde al restablecimiento del orden de la creación
perturbado por el pecado (cf. C.E.C., nn. 1614, 1615). En el
matrimonio en el Señor, los esposos,"siguiendo a Cristo,
renunciando a sí mismos … podrán comprender
el sentido original del matrimonio y vivirlo con la ayuda de
Cristo" (C.E.C., n. 1615).
3. EL HIJO: EL DON MAS
EXCELENTE
San Agustín enseñaba: "Entre los bienes
del matrimonio ocupa el primer puesto la prole.
Es verdaderamente el mismo Creador del género
humano quien en su bondad quiso servirse de los hombres como
ministros para la propagación de la vida…"26 Y
laExhortación Apostólica Familiaris Consortio
señala: "La misión
fundamental de la familia es realizar a lo largo de la historia la bendición
original del Creador,transmitiendo en las generaciones la imagen
divina de hombre a hombre" (FC 28). Son dos expresiones que es
preciso subrayar: los padres son ministros y servidores de la
vida.
La vida debe surgir en el matrimonio, como el lugar
adecuado, el más excelente, en donde la vida es deseada,
amada, acogida y en donde se realiza todo un proceso de
formación integral.
El Concilio Vaticano II expresa: "Por su naturaleza la
institución misma del matrimonio y el amor conyugal
están ordenados a la procreación y a la educación de la
prole y con ellas son coronados como su culminación" (GS
48). En la forma más expresiva indica que "los hijos son,
ciertamente, el don más excelente del matrimonio y
contribuyen mucho al bien de los mismos padres" (GS 50). Hay que
señalar que esta vigorosa afirmación proviene del
deseo personal del Santo Padre Pablo VI, de que fuera incluida en
el texto. El hijo es un don que surge del don mismo
recíproco de los esposos, como expresión y plenitud
de su mutua entrega. Es una maravillosa concatenación de
dones que hermosamente hace resaltar el Catecismo de la Iglesia
Católica: "La fecundidad es un don, un fin del matrimonio,
pues el amor conyugal tiende naturalmente a ser
fecundo.
El niño no viene de fuera a añadirse al
amor mutuo de los esposos, brota del corazón mismo de ese
amor recíproco, del que es fruto y cumplimiento. Por eso
la Iglesia, que "está en favor de la vida" (FC 30),
enseña que "todo acto matrimonial debe quedar abierto a la
transmisión de la vida" (HV 11) (…) el hombre no
puede romper por iniciativa propia, entre los dos significados
del amor conyugal: el significado unitivo y el significado
procreador" (C.E.C., n. 2366). Y cita el Catecismo nuevamente la
Humanae Vitae: ""salvaguardando ambos aspectos esenciales,
unitivo y procreador, el acto conyugal conserva íntegro el
sentido del amor mutuo y verdadero y su ordenación a la
altísima vocación del hombre a la paternidad" (HV
12)" (C.E.C., n. 2369).
Los hijos son un "un bien común de la futura
familia". Las palabras del consentimiento lo expresan: "Para
mostrarlo con evidencia, la Iglesia les pregunta (a los esposos)
si están dispuestos a acoger y educar cristianamente a los
hijos que Dios quiera darles (…) La paternidad y la
maternidad representan una tarea de naturaleza no sólo
física
sino espiritual" (Grat. sane, 10). Y más adelante
enseña: "cuando los esposos transmiten la vida a su hijo,
un nuevo "tu" humano se inscribe en la órbita de su
"nosotros", una persona que llamaron con un nombre nuevo…"
(Grat. sane, 11).
El Santo Padre ubica esta doctrina en el marco de la
teología del don de la persona, y en la perspectiva del
Concilio, del "don más precioso" (GS 50).
La existencia del hijo es un don, el primer don del
Creador a la creatura: "El proceso de la concepción y del
desarrollo en
el seno materno, del parto, del
nacimiento, de todo esto, sirve para crear como un espacio
apropiado para que la nueva creatura pueda manifestarse como un
don" (Grat. sane, 11). Don para los padres y para la sociedad y
para los miembros de la familia. "El niño se hace don de
sí mismo a sus hermanos y a sus padres y a toda la
familia. Su vida se vuelve un don para los mismos autores de la
vida (Ibid).
Es preciso respetar cuanto entraña el sentido del
amor mutuo y verdadero, el significado de la recíproca
donación abierta a la vida. La contracepción opone
objetivamente un lenguaje contradictorio al lenguaje que expresa
una donación recíproca y total. El lenguaje se
torna inexpresivo y, por tanto, mentiroso. Un lenguaje que no es
vehículo de la verdad, sino de la mentira, en el desorden
objetivo que la anticoncepción entraña se pone en
sentido contrario al amor (en cierta forma no logra siquiera
tutelar el "significado unitivo" en plenitud). Sólo el
amor mutuo y verdadero que expresa sin recortes la
donación total, tiene la fuerza propia del amor conyugal.
Cuando la pareja libre y conscientemente se deja llevar por otra
lógica, y toma la vía sistemática de la
contracepción, ¿no pone una especie de bomba de
tiempo a su propia unión conyugal?
Con particular fuerza y claridad esta verdad es
expresada en la Familiaris Consortio: "Al lenguaje natural que
expresa la recíproca donación total de los esposos,
elanticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente
contradictorio, es decir, el no darse al otro totalmente: se
produce no sólo el rechazo de la apertura a la vida, sino
también una falsificación de la verdad interior del
amor conyugal, llamado a entregarse en la plenitud personal" (FC
32) (Texto integralmente recogido por el C.E.C., n.
2370).
Un análisis penetrante entre la unión de
los esposos y la procreación de los hijos, viene
desarrollada en el libro de S.E. Mons. Francisco Gil
Hellín, El matrimonio y la vida conyugal. Dice así:
"Los significados esenciales del acto conyugal, que son el
unitivo y el procreativo, expresan respectivamente la esencia y
el fin del matrimonio. El amor que lleva a los esposos a la
entrega formando una sola carne cuando se realiza "en la verdad",
"en vez de encerrarlos en sí mismos, los abre a una nueva
vida, a una nueva persona" (Grat. sane, 8).
La vida conyugal comporta una lógica de entrega
sincera al esposo o esposa y a los hijos. "La lógica de
entrega total del uno al otro implica la potencial apertura a la
procreación" (Ibid, 12). La capacidad de esta entrega, o
crece y madura con el ejercicio propio de toda la vida conyugal,
o queda inhibida por el egoísmo, cuyas insidias tratan de
amordazar el dinamismo de la verdad inscrita en la propia
entrega. Una de las principales expresiones de este
egoísmo -"egoísmo, no sólo a nivel
individual sino también de pareja" (Ibid, 14)- es el que
ve la procreación no como exigencia de la verdad del amor
conyugal, sino como fruto gratificante y elección
voluntarista añadida al amor. "En el concepto de entrega
no está inscrita solamente la libre iniciativa del
sujeto,sino también la dimensión del deber"
(Ibid).
Un amor conyugal que no abraza la dimensión
parental propia de su verdad íntima acaba
asemejándose al "llamado amor libre, tanto más
peligroso porque es presentado frecuentemente como fruto del
sentimiento verdadero, mientras de hecho destruye el amor"
(Ibid). Por esto, el rechazo a la apertura a los hijos contribuye
hoy poderosamente a minar y destruir la entrega conyugal. No se
trata, como siempre ha sucedido por la flaqueza humana, de actos
o de períodos en los cuales los cónyuges han sido
débiles para vivir con coherencia las exigencias de su
paternidad o maternidad en circunstancias difíciles o
especialmente heróicas.
Hoy día, muchas uniones conyugales labran su
propia destrucción falseando las coordenadas de su
entrega. "En el momento del acto conyugal, el hombre y la mujer
están llamados a ratificar de manera responsable la
recíproca entrega que han hecho de sí mismos con la
alianza matrimonial. Ahora bien, la lógica de la entrega
total del uno al otro implica la potencial apertura a la
procreación" (Ibid, 12). Cuando se rechaza la capacidad
del esposo o de la esposa a ser padre o madre, aquella entrega no
respeta las exigencias del amor conyugal. Es por ello que el Papa
afirma que es esencial a una verdadera civilización del
amor, "que el hombre sienta la maternidad de la mujer, su esposa,
como entrega" (Ibid, 16)27.
En las catequesis sobre el amor humano, Juan Pablo II
habla del "lenguaje de los cuerpos" que en la unión
conyugal expresa la verdad que les es propia. En el lenguaje del
cuerpo el acto conyugal significa no sólo el amor sino
también la potencial fecundidad y por tanto no puede ser
privado en su pleno y adecuado significado. Como no es
lícito separar artificialmente el significado unitivo y el
procreativo, (cf. HV 12), "el acto conyugal privado de su verdad
interior, porque privado de su capacidad procreativa, deja de ser
también un acto de amor"28.
El hijo se introduce en la dimensión de la
espiritualidad del matrimonio que se abre a la familia.
Cabría aquí seguir las pistas de una
reflexión que va del amor trinitario al amor conyugal. El
matrimonio que crece a imagen de la Trinidad, el "nosotros" de la
familia a imagen del "nosotros" trinitario, incluye el hijo que
surge del amor total y fecundo.
Escribe Carlo Rocchetta: "según la
afirmación de I Jn. 4,16, "Dios es amor" (agapè),
la suprema plenitud del amor que dona y acoge; no un "yo" solo,
encerrado en sí mismo,sino un "yo" que vive en sí
mismo una existencia de amor interpersonal, una eterna
generación que surge del amor y concluye en el amor, donde
el intercambio de don/acogida entre las dos primeras personas
alcanza su plenitud en el encuentro con la tercera … El
vínculo sobrenatural entre los esposos contiene este valor
trinitario. La gracia sacramental representa el don de la
ontología trinitaria desplegada en el
corazón de los esposos como semejanza dinámica que
estructura en
profundidad la vida de los esposos y los hace signos y
participación en la comunión tri-personal de
Dios"29.
El hijo o los hijos, el "bien de la prole", es
razón de ser del matrimonio, hay que
reiterarlo.
Como se sabe para Doms el sentido del matrimonio y el
amor de dos que encuentran su más profunda
expresión, sería la más íntima y
preciosa realización en el acto conyugal, en sí
mismo, hecha abstracción de la ordenación al hijo.
La realización de la unidad conyugal justificaría
el instituto matrimonial. En una línea similar se
encuentra Krempel30.
El Concilio arroja una amplia luz para mostrar el
sentido pleno del matrimonio y contrarrestar estas u otras
posiciones similares: "El matrimonio y el amor conyugal
están ordenados por su propia naturaleza ("indole sua") a
la procreación y educación de los
hijos. Desde luego, los hijos son don excelentísimo ("sunt
praestantissimum matrimoniidonum") y contribuyen grandemente al
amor de los padres … Por tanto el auténtico amor
conyugal y toda la estructura de la vida familiar que nace de
aquél, sin dejar de lado los demás fines del
matrimonio, tienden a capacitar a los esposos para cooperar
valerosamente con el amor del Creador y Salvador, quien por medio
de ellos aumenta y enriquece su familia" (GS 50)31.
La Familiaris Consortio afirma categóricamente
que "el cometido fundamental de la familia es el servicio a la
vida, el realizar a lo largo de la historia la bendición
original del Creador, transmitiendo en la generación la
imagen divina de hombre a hombre" (FC 28).
En la familia, Santuario de la vida, señala la
Encíclica Evangelium Vitae, "dentro del pueblo de la vida
y para la vida", es decisiva la responsabilidad de la familia, es
una responsabilidad que brota de su propia naturaleza", y
másadelante subraya: "Por esto el papel de la
familia en la edificación de la cultura de la vida es
determinante e insustituible. Como Iglesia doméstica, la
familia está llamada a anunciar, celebrar yservir el
Evangelio de la vida. Es una tarea que corresponde principalmente
a los esposos, llamados a transmitir la vida, siendo cada vez
más conscientes del significado de la procreación
como acontecimiento privilegiado en el cual se manifiesta que la
vida humana es un don recibido para ser dado" (EV 92).
La familia anuncia el Evangelio de la vida mediante la
educación de los hijos (cf. EV, 92), celebra el Evangelio
de la vida con la oración cotidiana, celebración
que abarca también la vida de cada día, y
está al servicio por medio de la solidaridad (cf.
EV 93).
Todo esto hace parte de una integral pastoral familiar:
"Redescubrir y vivir con alegría su misión en
relación con el Evangelio de la vida" (EV 94).
No puede, pues, ser separada la familia de su servicio
esencial de la vida, con tan clara raigambre conciliar (cf. GS
50), y confirmada también en el conjunto del magisterio y
en la pastoral de la familia: "El matrimonio y el amor conyugal
están ordenados -séame permitido repetirlo- por su
propia naturaleza a la procreación y educación de
los hijos" (GS 50). La relación de la familia con la vida
es la más completa, directa e integral. A la
proclamación y defensa de la vida, en un servicio
adecuado, todos están invitados. "Es urgente una
movilización general de las conciencias y un común
esfuerzo ético para poner en práctica una gran
estrategia en
favor de la vida. Todos juntos debemos construir una cultura de
la vida" (EV 95). Pero, son diversas las formas de
aproximación al objeto formal. "Todos tienen un papel
importante que desempeñar". Alude el Papa a la
misión de profesores y educadores, de los intelectuales,
de los medios de
comunicación. Indica el Santo Padre la creación
de la Academia Pontificia para la Vida,con sus peculiares
funciones (cf. EV 98)32.
A esta perspectiva de la unión
estrechísima entre familia y vida, ha obedecido, sin
duda,la creación del Pontificio Consejo para la Familia,
en la intuición del Santo Padre Juan Pablo II, quien lo
erigió el 13 de mayo de 1981 no sólo en
relación con la institución familiar, sino con la
misión especial, como Dicasterio de la Santa Sede,
indicada en el art. 141, 3 de la Constitución Apostólica sobre la
Curia Romana Pastor Bonus: "Se esfuerza [el Pontificio Consejo
para la Familia], para que sean reconocidos y defendidos los
derechos de la familia, también en la vida social y
política; sostiene y coordina las iniciativas para la
tutela de la vida humana desde su concepción y en favor de
la procreación responsable".
De la integralidad del servicio a la vida, de la familia
y desde la familia, suministra una sólida base doctrinal y
pastoral la Carta del Santo Padre a las Familias, Gratissimam
sane. Recordemos algunos aspectos más sobresalientes. En
el número nueve,dedicado a la genealogía de la
persona, escribe: "La familia está ligada a la
genealogía de todo hombre: la genealogía de la
persona. La paternidad y la maternidad humanas hunden sus
raíces en la biología y al mismo
tiempo la superan". Se ubica, pues, en referencia a Dios: "Dios
está presente según un modo diferente en
relación con toda otra generación"sobre la tierra""
(Ibid).
El carácter de don que es el hijo, así sea
una forma lacónica, es referido en el texto
bíblico: Adán conoció Eva, su mujer, la cual
concibió y dió a luz a Caín, y dijo: "He
adquirido un hombre del Señor" (Gen. 4,1). Es como una
ganancia, no obstante el hijo que concretamente concibe, que
será asesino de su hermano. ¡Es una gozosa
exclamación por un nuevo hombre!. En el Nuevo Testamento,
el nacimiento de un hombre, que un ser humano ha venido al mundo"
(Jn 16,21), constituye un signo Pascual, como el Papa lo
recuerda, al contraponer, hablando a sus discípulos antes
de su pasión y muerte, la tristeza de los
discípulos semejante a los dolores de parto, los cuales se
tornan en la alegría de dar a luz un hombre que viene al
mundo (gozo y alegría de frente a la vida que surge y que,
por el contrario, en la cultura de la muerte, en la desconfianza
creciente que de tal cultura emana el mundo de hoy, con sociedades
enfermas, corre el riesgo de ser
experimentados cada vez menos). La alegría que en la
espera y la acogida del nuevo hijo debe llenar de alegría
los hogares se vuelve un proceso gris, a veces indeseado, como si
el canto de los ángeles y de los pastores en Belén
no tuviera su eco en cada hogar, con toda la humana "pobreza", como
heridas producidas a la humanidad, que tal actitud comporta y que
contrasta con la de aquellos que en cambio quieren
el hijo a todo precio! Contraste que sin embargo, no debe
conducir a que el don del hijo sea interpretado como un "derecho"
que puede ser invocado incluso con el recurso a actos
reñidos con la moral, en
última instancia, porque no expresan de verdad la
donación, en el acto conyugal personal.
Normalmente el hijo concebido, y su nacimiento
más que aparecer como un empeño que pesa, no
obstante la responsabilidad y sacrificio que conlleva, es, de
parte del nuevo ser, una invitación a la fiesta.
¡Hay alegría pascual!. Es la verdad de la
expresión de San Ireneo: "Gloria Dei vivens homo". Esta
atmósfera
en nada reduce la fuerza del compromiso que el don del hijo
encarna, como una grande, dignificante e ineludible
responsabilidad (cf. Grat. sane, 12).
En el cumplimiento gozoso de esa responsabilidad, de la
capacidad de responder, en primer lugar a Dios, se juega la
propia coherencia y por tanto su felicidad. En el sacramento de
la reconciliación el ejercicio ministerial de la Iglesia
que absuelve y perdona a los hombres de sus pecados es concorde
con su misión profética de anunciar la verdad.
Cuando el Evangelio es proclamado y viene acogido en el
corazón, fructifica en el dolor saludable que prepara para
recibir el perdón. Sólo una conmiseración
que no nace del amor cristiano puede inducir a desenfocar la
verdad que quizá hiere, pero es herida saludable que
salva, y a paliar las exigencias morales derivantes de la
revelación.
Tal actitud ciertamente no llevará a los
creyentes al sufrimiento ante las propias obras desordenadas,
pero tampoco les conducirá a la alegría del
perdón con el que Dios les acoge como a hijos que vuelven
a la casa paterna. Estas son las características que han
guiado la redacción del Vademecum para los
confesores, preparado por el Pontificio Consejo para la Familia.
En él se presenta la actitud con la que los ministros
deben siempre acoger y ejercer este sacramento, llena de
comprensión y de misericordia, y a la vez la claridad,
verdad y competencia
doctrinal con la que deben formar e instruir a quienes puedan
estar desorientados o en error.
Es un prejuicio y un error difundido querer oponer la
verdad y la misericordia. Una "misericordia" sin verdad
sería una caricatura de lo que el Señor
confía como misión a la Iglesia. La Iglesia no
puede en nombre de la "comprensión" (mal entendida), por
así decirlo, "cerrar un ojo", pasar sin ver, sin
denunciar, precisamente como exigencia de verdadera
reconciliación, reencuentro con el Señor en la
verdad y en el perdón.
El regalo que es el hijo para la familia que centra su
atención en él y sigue de
corazón todo el proceso, desde la concepción, el
nacimiento, la educación, con ternura y sentido de
reconocimiento, con capacidad de maravillarse, de sorprenderse,
de descubrir en los diversos momentos el afirmarse de un nuevo
ser, exige una pedagogía para que la rutina no devore lo
hermoso y gratificante de la misión de los esposos y la
"carga" no recorte la intensidad legítima de la plenitud,
de la alegría. Un conocido moralista pone en labios del
niño estas palabras que gustoso transcribo: "No
temáis acogerme, de asumir mi vida como una tarea!. Esto
no será para nosotros una tarea pesada; más
aún será una tarea tan leve incluso hasta lograr
aliviar, (hacer menos pesado) vuestra vida oprimida. Yo no soy un
patrón despótico (…). Seré capaz de
un reconocimiento tal de convertirme para nosotros en una
recompensa más grande que vuestras fatigas"33.
Es el Señor quien nos enseña con la
palabra y con los gestos: toma un niño, lo pone
en
medio de El y los discípulos y dice: "quien acoge
a uno de estos niños en mi nombre, a
mí me acoge, y quien a mí no me acoge, no
me acoge a mí sino al Padre que me ha
enviado" (Mc 9,36-37). El signo de la acogida ya lleva
el mensaje del don ofrecido y en
la acogida remite al Dador de todo bien. Los hijos son
ante todo una bendición, un
mensaje transmitido en la espontanea ternura que
especialmente en el hogar suscita, y
antes que sean vistos como una carga, son portadores de
la "Buena nueva" que en ellos se proclama y despunta.
Diríamos que el Evangelio de la familia y el Evangelio de
la vida que resuenan en la Iglesia Doméstica, Santuario de
la vida, son el lugar desde el cual el hijo mismo proclama su
dignidad. "Dios lo ha llamado "por él mismo", y, cuando
viene al mundo, el hombre comienza en la familia, su "grande
aventura", la aventura de la vida.
"Este hombre", en todo caso, tiene el derecho de
afirmarse él mismo en razón de su dignidad humana.
Es precisamente esta dignidad la que debe determinar el lugar de
la persona en medio de los hombres, y ante todo, en la familia"
(Grat. sane, 11).
Este, "ante todo, en la familia", que meramente nos
remite a la inseparabilidad entre familia y vida, soporta la
verdadera alegría que palpita en cada vida nueva con
tonalidad original.
"El Evangelio del amor de Dios al hombre, el Evangelio
de la dignidad de la persona, y el Evangelio de la vida son un
único e indivisible Evangelio" (EV 2). En la familia este
Evangelio se vive como una aventura que sorprende y suscita la
capacidad de maravillarse, conservando, como María, todo
en su corazón. El misterio de Belén y Nazaret es
portador de una verdad antropológica, de la vida como un
don, en la dignidad que el amor de Dios sostiene y alimenta: "El
hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto
modo, a todo hombre" (GS 22).
Bien ha podido expresar Hans Urs Von Balthasar:
"… En todas las culturas no cristianas el niño
tiene una importancia tan sólo marginal, porque es
simplemente un estadio que precede al hombre adulto. Se necesita
la encarnación de Cristo para que podamos ver no solamente
la importancia antropológica, sino también aquella
teológica y eterna del nacer, la bienaventuranza
definitiva del ser a partir de un seno que genera y da a
luz"34.
Hay algunos que llegan a presentar la hipótesis de que "el sentimiento de la
infancia"
surgió apenas en la mitad del siglo XVI (Es la
posición de Philippe Ariés). Campanini comenta:
"más allá de la verificabilidad o no de la
hipótesis de
partida de Ariés … no hay duda de que se dió
en occidente una larga estación en la cual el niño
ha estado en la periferia, y una más breve, pero
igualmente rica y significativa fase (que abraza cerca de los
tres últimos siglos de la historia de occidente) en la
cual el niño ha sido puesto al centro de la familia y, de
alguna manera, al interior de la vida social. Ha sido la
estación del "puericentrismo", que quizás se
está consumando bajo nuestros ojos por efecto de un
desarrollo tecnológico siempre más avanzado dentro
del cual no parece que haya puesto para el niño"35. El
profundo sociólogo de la universidad de
Parma, en la peculiar claridad y síntesis
en sus observaciones, manifiesta su preocupación de que la
técnica borre las relaciones personales y que, a la
postre, cuenta más la tecla que se oprime en la que llama
"Sociedad digitálica" que el acercamiento a las personas,
la aproximación al niño.
En la educación se estima más la inteligencia,
(diría yo un tipo de inteligencia) que la entera
personalidad: El encuentro con el "bottone", (la tecla del
computador o
de los juegos electrónicos) toma el puesto de las
personas. El fenómeno que Campanini caracteriza como
"pérdida del centro", acarrea la pérdida de los
puntos de referencia respecto de valores fundamentales, sobre
todo éticos y religiosos, mientras surge otro cuadro de
"valores". El computador puede ser un campo abierto a la
fantasía, a una fantasía programada y
"pre-codificada", pero el niño está en medio a un
mundo en donde su "mundo vital" se reduce. Se erosionan estructuras
fundamentales de mediación. La principal de ellas, la
familia, en la cual en la sociedad del pasado se adquirían
la mayor parte de los conocimientos. La misma escuela abre
más y más espacio a la "información" por la máquina.
¿Podrán dejar de ser la familia y la escuela
núcleos de protección?36. Sobre el tema de las
mediaciones sociales y familia retornaremos más adelante
para dar curso, ya en referencia al conjunto social, a las
preocupaciones de Pierpaolo Donati.
Impresiona ver cómo se pierde un terreno en el
cual se daban pasos promisorios para el reconocimiento del
niño en su puesto central, no periférico o
marginal. El niño es un ser amenazado, ya desde el vientre
de la madre, que los parlamentos convierten en el lugar de la
más injusta de las sentencias de muerte!. Mientras se dan
pasos firmes en la Convención de los Derechos del
niño de las Naciones Unidas (sin entrar a considerar
ahora las relaciones y oscilaciones en algunas partes, justamente
sometidas al tratamiento de las "reservas" por la
Delegación de la Santa Sede), y la Iglesia se bate para
que haya códigos de protección del niño,
proliferan los atentados, de toda índole, y no se ve que
haya siempre la debida coherencia entre lo que se suscribe y
promete y la conducta concreta. Hay un abismo de
separación entre la Convención de Naciones Unidas y
ciertas recomendaciones del Parlamento Europeo… Es bien
tímida todavía la actitud frente a
escándalos que golpean y sacuden saludablemente la
conciencia de los pueblos, aunque a tales situaciones haya
conducido una difusa permisividad. ¡Son los niños
las principales víctimas!. Esa actitud puede representar
un camino de retorno después de la
postración.
En la línea de la Familiaris Consortio, n. 26,
sobre los derechos del Niño, el Pontificio Consejo para la
Familia ha venido desplegando, con medios bien
limitados, una
movilización de conciencias, especialmente, en
cuanto a la "autoridad" del niño en la familia y en la
sociedad. Ya el Santo Padre había expresado en la
Audiencia general de las Naciones Unidas, el 2 de octubre de
1979: "la solicitud por el niño, incluso antes de su
nacimiento, desde el primer momento de su concepción y, a
continuación, en los años de la infancia y de la
juventud es la
verificación primaria y fundamental de la relación
del hombre con el hombre" (FC 26). El "test" que
atestigua acerca del estado de salud de la familia y la
sociedad es el cuidado amoroso de los niños. Me asalta la
duda de si la excesiva preocupación de los esposos por
"sus" problemas
(como si el hijo pudiera quedar al margen) y por la
búsqueda de una felicidad que se torna esquiva e
inaccesible, lejos de los puntos de referencia que han de regular
toda vida y más de quienes deciden compartirla, relega a
un segundo término las situaciones del hijo. ¿No es
el divorcio una prueba apabullante, en la que el hijo sufre el
desamparo "afectivo"?
La preocupación del hijo imprime, en un proceso
normal, un nuevo sentido de responsabilidad y no puede la pareja
resolver "sus problemas" en desventaja, y en dañode quien
se vuelve testigo de la calidad de su amor y de los quilates de
la personalidad de quienes le dieron la vida37. El niño
puede volverse también una víctima que reclama sus
derechos, aunque lo haga en el silencio.
Crece la preocupación sobre los costos sociales y
destrucción de sus derechos, pero no se ve cómo
darle cauce en una sociedad que padece un letargo pesado.
Contemplando el niño como don, en la trasparencia de una
inocencia que invita a volverse a él con un amor
privilegiado, comprometido y tierno, es más penoso el
contraste de su negación, de hecho!. Diríamos que
junto al portal de Belén son más sombríos
los rasgos de los propósitos de Herodes, como lo son los
de las masacres físicas y morales, que cobran
víctimas las más inermes.
M. Zundel ofrece un hermoso texto que sirve
también para ver el horroroso contraste:
"¿quién no se ha sentido como transportado en
oración delante del espectáculomaravilloso de un
niño que duerme?. Las posibilidades innumerables que
él encierra tienen la pureza original del don"38. ¡Y
pensar en las terribles matanzas en curso!. Visité una
Parroquia en Ruanda: durante el genocido (que con otras
modalidades no termina) fueron asesinados en el templo e
inmediaciones 6000 mujeres y niños. La humanidad prosigue
en su "autogenocidio", con el alud de abortos que sepulta su
mismo futuro!.
Si es verdad aquello que dice Platón,
según el cual "la educación de los niños, la
Paideia, es el principio de que se vale toda comunidad humana
para conservarse a sí misma", observa un periodista, hemos
de decir que las comunidades que, en lugar de educar a los hijos,
los usan para el sexo, para la guerra, el
mercado, la
publicidad, han
decidido ya su extinción y bien que lo saben.
Ser hijo, por otra parte, exige una manera de vivir, un
comportamiento: el hijo, se enorgullece de su padre y se
manifiesta en el gesto de ponerse en sus manos, como acto que
expresa la suprema confianza en que el padre reajustará
todo lo que es erróneo y desordenado. Se reconoce como
hijo cuando dialoga con su padre y lo invoca en la confiada
apelación como Abba!. Es la relación de
Jesús con su Padre, que va desde la infancia hasta la
muerte, hasta el último grito del Hijo del Padre
abandonado sobre la cruz. Jesús entra en una especial
relación, en el marco familiar, con su madre,de cuyo seno
proviene. "Bendito el fruto de tu vientre". Es una
relación que va mucho más allá de los
límites biológicos, y que alcanza las dimensiones
insospechadas de un diálogo que fructifica en la
obediencia pronta, tierna, decidida a cumplir la voluntad de
Dios. Una mujer levantó la voz en medio de la multitud:
"Bienaventurado el vientre que te portó y los senos que te
amamantaron!". Pero Él dijo: "Bienaventurados más
bien aquellos que escuchan la palabra de Dios y la guardan" (Lc.
11,27-28). Es un aforismo corriente que el Tangum Yeronshami
recogió parafraseando la bendición de Juda sobre
José. Jesús no contradice esta Bienaventuranza, que
bien sabe merece plenamente su madre, sino que enuncia una
bienaventuranza superior39.
Los hijos, que son un don de Dios (salmo 126, 3) tienen
la responsabilidad de configurarse como don a los padres,
obedientes a la voluntad de Dios, confiando enellos, en la misma
corriente que lleva hasta Dios. Jesús "vivía sujeto
a ellos" (Lc. 2,51) y vive en la más perfecta
armonía con el mandamiento; "Honra a tu padre y a tu
madre,para que se prolonguen sus días sobre la tierra que
el Señor, tu Dios, te va a dar" (Ex.20,12; Dt. 5, 16). "La
familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e
imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el
Espíritu Santo" (C.E.C., n. 2205).
El hijo es un don que fortalece notablemente el
vínculo matrimonial y sirve de cemento a la
comprensión de los esposos que miran juntos a su proyecto
común, que los hace salir de ellos mismos para encontrarse
en su futuro: La vida nueva que de ellos, aliados al Dios
Creador, ha surgido. Proyectados hacia el hijo, construyen su
futuro. En cierto modo, ellos que son los primeros
evangelizadores de sus hijos, son también por ellos
evangelizados. El cuidado de los hijos se traduce en confianza,
como actitud humana fundamental. Escribe Giuseppe Angelini: "Es
conocido de todos … el grandísimo valor que los
hijos acuerdan a la comprensión recíproca
("intesa") entre los progenitores. Más aún que ese
grandísimo valor, es necesario hablar de una incapacidad
radical de los hijos pequeños a imaginar su vida y el
mundo entero sin esa "intesa"… También los hijos
muestran ser una bendición … una iluminación del sentido de conjunto de la
vida"40. Es una exigencia para recibir el don de los hijos que
compromete, saberse empeñar: "La verdad en el acto
generativo exige que, desde el comienzo, el hombre y la mujer se
prometen ellos mismos a aquel que debe
venir…"41.
Todos estos aspectos, que nos hemos limitado a enunciar
y que merecen ser profundizados en una teología de los
valores de la "persona y del don", que alcanzan tan altos grados
de grandeza para el creyente, no eran propiamente desconocidos
por la sabiduría, en la cultura secular. Oigamos a
Aristóteles: "Los progenitores aman en
efecto los hijos, porque los consideran una parte que de ellos
deriva … Los progenitores aman a los hijos como a ellos
mismos, ya que los hijos de ellos nacidos son como ellos mismos
… y los hijos aman a sus padres porque de ellos han tenido
su origen … En fin,los hijos son estimados un
vínculo y por esto los cónyuges sin hijos se
separan más rápidamente; los hijos son un bien
común para ambos y lo que es común mantiene
unido"42.
Las relaciones en la familia observa Giorgio Campanini,
a la luz del Evangelio adquieren otras dimensiones: "Honra el
padre y la madre" (Deut. 15,4) puede llevar a formas variadas de
sumisión de los hijos; según diversos contextos el
cuidado de los hijos no era siempre desinteresado. "El Evangelio
introduce en el ámbito de las relaciones entre padres e
hijos la nueva categoría del "servicio", que no excluye
sino que supera definitivamente aquella de la "autoridad"
(Mt.20,26), cambiando la tradicional relación de
sumisión". Diríamos tal vez que es enriquecida la
concepción y enfoque de una autoridad puesta al servicio
del crecimiento de los hijos. Y es esta, me parece, la
perspectiva del autor al recordar: "Entender el ejercicio de la
autoridad como realización de un servicio implica que
aquel que está en alto haga de quien está abajo el
centro de sus preocupaciones"43. Es una subordinación
transitoria, en el Señor, que realiza y lleva a madurar.
Nuevamente, el amor busca el bien del otro, no su dominio. El
amor de los padres no debe ser "posesivo", pues le roba oxígeno
a los hijos e impide su crecimiento.
En tal sentido, la autoridad familiar es
"ex-céntrica" en cuanto tiene fuera de ella su centro. El
hijo, centro de las preocupaciones, hace que los padres se
inclinen a ese bien común en el que se encuentran en
personal convergencia, como profunda urgencia vital,existencial,
una forma característica de propósito común
que desde su íntima comunión se realza hacia el
fruto de su amor, fruto bendito en el doble carácter de
"servicio" ya "promisorio". Proyecto y propósito
común que va desde la procreación hasta la
educación consolidada.
En el pensamiento de Santo Tomás, como en un
útero integral, "el tipo de relación de
"sumisión" evangélica, (para no olvidar el "les
estaba sujeto" o "les era sumiso") se torna en valor ejemplar
para la misma sociedad y para el ejercicio de la autoridad.
Así puede ser propuesta como tipo de toda forma de
autoridad ejercitada en el espíritu del
Evangelio"44.
El Catecismo de la Iglesia Católica observa,
dentro de esta perspectiva: " … La estabilidad y la vida
de relación en el seno de la familia constituyen los
fundamentos de la libertad, de la seguridad, de la
fraternidad en el seno de la sociedad" (C.E.C.,
n.2207).
El compromiso de la educación de los hijos pone
en tal perspectiva la autoridad,superando la tendencia instintiva
a transferir o moldear en los hijos la propia personalidad y las
propias expectativas, y requiere que haya un real empeño
de educación en la fe (cf. GS 48).
4. LA FAMILIA, DON
PARA LA SOCIEDAD
"La familia "célula
original de la vida social", es la sociedad natural en que el
hombre y la mujer son llamados al don de sí mismos en el
amor… la vida familiar es fundamento de la sociedad e
iniciación en la misma" (C.E.C., n. 2207).
En esta necesaria dimensión no debo extenderme,
ya que ha sido tratado en otros momentos y reflexiones. Me
limitaré tan sólo a algunas consideraciones de
carácter general.
Ya el Concilio subrayaba, al comienzo mismo del
capítulo "Dignidad del matrimonio y la familia": "El
bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana
está estrechamente ligado a una favorable situación
de la comunidad conyugal y familiar" (GS 47). Y más
adelante, con términos no menos expresivos, declara: "Pues
es el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con
bienes y fines varios, todo lo cual es de suma importancia para
la continuación del género humano, para el provecho
personal de cada miembro de la familia y su suerte eterna, para
la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y
de toda la sociedad humana" (GS 48).
La familia es un don para la sociedad y exige de
ésta un adecuado reconocimiento y apoyo, lo mismo que para
los hogares asumir su misión política. La
exhortación apostólica Familiaris Consortio, dedica
el capítulo III, de la tercera parte,a la
"participación en el desarrollo de la sociedad" (nn. 42 –
48), pues la familia "célula primaria y vital de la
sociedad", (A.A., 11), posee vínculos vitales y
orgánicos, porque constituye su fundamento y alimento
continuo mediante su función de servicio a la vida Lejos
de encerrarse en sí misma, se abre a las demás
familias y a la sociedad, asumiendo su función social" (FC
42).
No son fáciles y trasparentes las relaciones
entre la familia y la sociedad, en la mediación del
Estado. Y esto por varios aspectos. El Estado invade campos que
antes estaban reservados a la familia. Y mientras la democracia
despliega la bandera del respeto y de la participación, la
familia se ve cada vez más confinada a un espacio
reducido, en donde difícilmente respira y se siente
acosada y hostigada. El poder del Estado se vuelve omnipotente.
De alguna manera el movimiento de
privatización, en el reducto de la
intimidad, que bien puede representar una forma de huida, y de
refugio,respecto de los compromisos que la familia tiene con la
sociedad. Pierpaolo Donati indica: "La familia se vuelve, en un
punto de vista "psicologístico", una forma de particular
convivencia, de comunicación privatizada y "subjetivizada",
de pura manifestación de intimidad y afecto, que no incide
-y no debe incidir- en modo significativo, si no por otras
razones de retraso social y cultural"45.
Es este un fenómeno complejo que aborda en una de
sus dimensiones Paul Moreau,siguiendo de cerca a F. Chirpaz: en
el mundo de "afuera" hay que producir y luchar para vivir. Es el
mundo de la competencia económica y de los conflictos
políticos. En cambio -es la puntualización de
Chirpaz-, "el mundo familiar puede aparecer, por contrapartida, y
en oposición al mundo público, el lugar de lo
privado, el de la relación humana verdadera"46. La
intimidad como refugio ante la sociedad amenazante, o ante el
mismo Estado hostil, ante un mundo público que genera
pena, sería el lugar de la autenticidad de la verdad y de
la paz. Curiosamente la ciudad atrae, pero a la vez produce
desafección, molestias y alimenta y nutre el sueño
virgiliano del campo frente a la ciudad insoportable, agresiva y
desorganizada. Esa concepción de la privatización
que sustrae a la familia de su función de cara a la
sociedad, puede enmascararse con toda clase de razones y
comportar actitudes
individualistas, egoístas de despreocupación. Es la
oportuna denuncia de Moreau: "Huyendo de este mundo, en la
deserción de las gentes honestas como yo, lo abandono a
gentes sin fe ni ley"47. Es objetivamente un acto de
irresponsabilidad en donde se deserta de la "politeia": "…
Huir del peligro no es afrontarlo y quien se contenta con huir
del mundo público, (démissioner de sa
qualitè de citoyen) (es renuncia intolerable) llega a ser
objetivamente cómplice de la degradación que afecta
al mundo público"48.
Exilarse en el refugio de lo privado y no oponerse, es
una tentación que facilita la ambición de nuevo
dominio del Estado, que termina no sólo por no reconocer
en la familia algo "soberano", anterior al mismo Estado, sino por
confinarla a la impotencia de un reducto sin fuerza. Es la
legítima preocupación de Campanini: "La moral
familiar no tiene como exclusivo ámbito de ejercicio las
paredes domésticas … Existe, de parte de la
familia, el preciso deber de concurrir a la humanización
de la humanidad y a la promoción del hombre.
Precisamente porque es, en cuanto estructura, punto de
encuentro entre lo público y lo privado, la familia no
puede aislarse en su propia intimidad (que, entendida como
privatización, sería falseada y deformada), sino
que está llamada a hacerse cargo de los problemas de la
sociedad que la circundan … Sobre todo, la
instauración de esta relación aparece -en las
sociedades industriales avanzadas- caracterizadas por una fuerte
incidencia de la esfera pública en la vida familiar –
condición casi que necesaria para el mismo correcto
cumplimiento de la misión educativa"49.
El Santo Padre Juan Pablo II subraya la importancia de
la familia, la cual es preciso sea reconocida como "sociedad
primordial y, en cierto sentido, soberana". Este concepto,bien
interesante, es explicado por el Papa en la Carta a las Familias,
Gratissimam sane, con sus contornos precisos y sus matices,
tratando de la familia y la sociedad (cf. Grat. Sane,
17).
La familia es una sociedad soberana, reconocida en su
identidad de
sujeto social. Es una soberanía específica y espiritual ,
como realidad sólidamente arraigada, aunque sea
condicionada por diversos puntos de vista. Los derechos de la
familia,estrechamente ligados a los derechos del hombre, han de
ser reconocidos, en su calidad de sujeto, que realiza el diseño
de Dios, y exige derechos particulares y específicos,
consignados en la Carta de los Derechos de la Familia. Recuerda
el Papa su raigambre en los pueblos, en su cultura (aquí
inscribe el concepto de "nación"
y sus relaciones con el Estado que reviste una estructura menos
"familiar" como estructurada políticamente y más
"burocrática"), pero que tiene como "un alma" en la medida
en que responde a su naturaleza de comunidad política. Es
aquí precisamente donde se ubica,en la relación de
la familia con el "alma" del Estado, el principio de
subsidiaridad, en el cuadro de la Doctrina Social de la Iglesia.
El Estado no debe ocupar el puesto y la misión que la
familia tiene, hiriendo su autonomía. Es categórica
la posición de la Iglesia, fundada en una experiencia que
no le puede ser negada: "una intervención excesiva del
Estado se mostraría no sólo irrespetuosa sino
nociva … La intervención se justifica, dentro de
los límites del mencionado principio, cuando ella no es
suficiente para atender lo que le corresponde" (Grat. Sane,
17).
La familia, bien necesario para la sociedad, cuando no
es respetada, ayudada, sino obstaculizada, deja un vacío
inmenso, desastroso para los pueblos (vg. El divorcio, la
nivelación del matrimonio, "la mera unión que puede
ser confirmada como matrimonio en la sociedad, la permisividad,
etc.). Concluye el Papa: "La familia se sitúa en el centro
de todos los problemas y de todas las tareas: relegarla a un
papel subalterno y secundario … significa causar un gran
daño al crecimiento auténtico del cuerpo social"
(Grat. Sane, 17).
Como aplicación del principio de subsidiaridad en
el campo educativo, hay que acordar que la Iglesia no puede
delegar del todo esta misión!. Debo contentarme
aquí con la simple enunciación del problema de las
mediaciones sociales, que van desalojando la familia de campos en
los cuales su presencia era beneficiosa y requerida.
Pierpaolo Donati reflexiona sobre "las nuevas
mediaciones familiares", tras de proponer esta pregunta:
"¿La familia no media más en lo social?". En
algunos campos la familia es tratada como un "residuo" llamado en
causa sólo en casos problemáticos. Se difunde la
sensación de que la familia desaparezca de la escena
política. Hasta se llega a calificar de "supervivencias"
el empeño matrimonial, la valorización de la
estabilidad50.
Sin embargo, Pierpaolo Donati advierte con razón:
"De hecho, ninguna investigación en el campo confirma hoy la
irrelevancia de la pertenencia familiar en las esferas no
familiares … Si por algunos aspectos y en algunos
ámbitos, las mediaciones familiares disminuyen o se han
perdido, por otros aspectos y en otros ámbitos, las
mediaciones aumentan y surgen otras nuevas. En el conjunto, la
importancia de la familia en las esferas no familiares …
no solamente continúa, sino que crece sea en los
comportamientos de hecho, sea en las exigencias de
legitimación cultural y también política"51.
Hay más bien una configuración del todo nueva. Si
la familia no define el estado social (y puede ser algo
positivo), hay otras formas de mediación
imprevista.
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